martes, 7 de octubre de 2008

CON EL TIEMPO CONTADO


Me levanté a las 7:15, 7:37 salí caminando para el gimnasio, llegué a las 7.55. La clase duró de 8 a 9:10. Volví a casa 9.32 (los dos minutos de más con respecto a la ida son producto del cansancio), tomé un Nesquik frío me preparé la ropa. A las 10 me fui a bañar y a las 11 partí rumbo a la estación. 11: 23 subí al tren.
En la estación de Quilmes 11.44 el tren todavía permanecía en el andén. El humo típico de la locomotora tomaba más fuerza como señal de retirada; algunos se aferraban con las palmas de las manos a la baranda del estribo mientras el resto en masa se iba dispersando por las salidas.
El paso nivel subterráneo es un agujero negro que obliga la disminución de la marcha constante y pareja de cientos de personas.
Eran las 11.47, en tres minutos poco menos de dos cuadras el 278 me esperaba para dejarme exactamente a las 11.58 en la puerta de la oficina. Jugar con el límite del tiempo y los horarios es algo que solamente hago con cosas que no me gustan.
A los costados de la escalera dos guardas con cara de pocos amigos controlaban al pasaje, el primer escalón para descender siempre está mojado, en general producto de escupitajos o quizá el sudor de quienes trepan la escalera desde el otro lado con su último aliento para llegar al anden.
El paso acelerado del resto me llevaba en ritmo cuando alguien se interpuso por milésimas de segundos ante mí. Era una señora de unos sesenta años, tenía el pelo corto color rojo, su cuerpo emanaba una mezcla de olores que conjuntamente podrían ser varios productos Avón. Un sacón marrón oscuro le llegaba a los talones, los tacos anchos de los zapatos se trababan en cada escalón dificultando aún más el avance.
Traté de esquivarla sin fortuna. Me corrí, se corrió para el mismo lado. Sin querer presioné mi bolsa sobre su espalda e intenté volver a esquivarla. A los costados la gente bajaba y subía rápido. Conté hasta mil para no caer en la facilidad del insulto sin sentido, mientras discutí conmigo misma si me daba por vencida o intentaba retomar mi ritmo. La impaciencia me invadía el cuerpo cuando por fin la vi desaparecer mientras la claridad me soplaba la cara.
En unos metros saqué ventaja tratando de recuperar el tiempo perdido. Crucé la calle y otra vez una fila de gente a paso de tortuga, rápidamente salí de la encrucijada, bajé al cordón y mientras recibía maldiciones desde colectivos y autos costeé el cordón del asfalto. Doblé la esquina y la parada estaba desierta, suspiré y miré el reloj 11.55.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Llegar un toque tarde está permitido cuando algo no te gusta; las horas pico ponen palos en la rueda, en la vía, la autopista y a señoras coloradas q apestan de avon.
Hoy me levanto 7:55, la gata q maulla por el alimento balanceado y se mete entre las piernas.. trato de acelerar y no puedo, miro cuántos grados para no clavarme 4 kilos de abrigo. Tomo un mate cocido y salgo 8:35. El bondi a full, la bajada en Huergo siempre caos. Bajo en el Luna Park y empiezo el zigzagueo. Llego a la oficina pasadas las 10.

luc

Andrés dijo...

Me gusto la crónica, me molesta mucho cuando la gente por subir no deja bajar a otra gente que quiere bajar del tren o subte. Así está el mundo.

Cuidate