
Resulta que un día pensé que mi blog ya no tenía un fin y dudé en continuarlo. Pero también resulta que a raíz de eso mucha gente pidió que no lo haga. Sí parece que hay seguidores ocultos de mi espacio, que también es el espacio de otros. Me puse contenta ; así que acá va un texto surgido uno de los tantos días en un lugar donde no quisiera estar ningún día más.
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Las ramas secas se agitaban con furia al mismo tiempo que un nido desprotegido quedaba a la intemperie . En el cielo los rayos del sol atravesaban las nubes tomando impulso con el transcurso del día. La helada había cubierto el pasto hasta entonces verde. La escarcha se derretía a fuego lento dejando asomar el gramillón despuntado. Los canteros desiertos de flores dando piedra libre la tierra seca y resquebrajada.
Cientos de chimeneas destilaban humo espeso, las ventanas de las casa apenas abiertas, el diariero abrigado a mas no poder fruncía el ceño con fuerza mientras pedaleaba con los pies fríos.
La panadería del barrio seducía al olfato con aroma a pan recién horneado. Los camiones de leche amanecían las calles desoladas mientras más de uno caminaba rápido con la cabeza gacha hasta la estación de trenes.
Marisa apuraba el paso arrastrando su carrito lleno de termos de café y chocolate, legado de su padre fallecido hace sólo unos meses, cuando alguien con cara de trasnochado la frena para comprarle un vaso.
Tres perros enormes se desperezan con fiaca sorprendidos por los primeros bocinazos, de fondo el murmullo de un grupo de chicos con un uniforme confirman el comienzo de otro nuevo día de la primer semana de invierno en algún barrio del sur de Buenos Aires.
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Las ramas secas se agitaban con furia al mismo tiempo que un nido desprotegido quedaba a la intemperie . En el cielo los rayos del sol atravesaban las nubes tomando impulso con el transcurso del día. La helada había cubierto el pasto hasta entonces verde. La escarcha se derretía a fuego lento dejando asomar el gramillón despuntado. Los canteros desiertos de flores dando piedra libre la tierra seca y resquebrajada.
Cientos de chimeneas destilaban humo espeso, las ventanas de las casa apenas abiertas, el diariero abrigado a mas no poder fruncía el ceño con fuerza mientras pedaleaba con los pies fríos.
La panadería del barrio seducía al olfato con aroma a pan recién horneado. Los camiones de leche amanecían las calles desoladas mientras más de uno caminaba rápido con la cabeza gacha hasta la estación de trenes.
Marisa apuraba el paso arrastrando su carrito lleno de termos de café y chocolate, legado de su padre fallecido hace sólo unos meses, cuando alguien con cara de trasnochado la frena para comprarle un vaso.
Tres perros enormes se desperezan con fiaca sorprendidos por los primeros bocinazos, de fondo el murmullo de un grupo de chicos con un uniforme confirman el comienzo de otro nuevo día de la primer semana de invierno en algún barrio del sur de Buenos Aires.